Por José Antonio Trejo Rodríguez.
El transporte público de pasajeros, a veces, se convierte en escenario de situaciones involuntariamente entretenidas y hasta cómicas, como las que a continuación narraré.
Entre semana, muy temprano el pesero lucía abarrotado, lo mismo por jóvenes estudiantes, oficinistas, obreros, trabajadores de los servicios, profesores, comerciantes, todas y todos, bien peinados, cargando la mochila con los utensilios para el trabajo y el infaltable lonche; todas y todos listos para iniciar las actividades cotidianas que dan para llevar las tortillas a la mesa.
Antes de continuar, permítanme compartir una reflexión: resulta increíble que, siendo el principal medio de movilidad en Tula, el transporte público sea menospreciado por los tomadores de decisiones de política pública, enviándolo a recorrer la periferia y obligando a los consumidores de bienes y servicios a caminar fuera del centro para abordarlos, otorgando la mayor de las importancias a los contaminantes y estorbosos automotores que, la mayoría de las veces solo transportan una o dos personas y después de usarse quedan estacionados por horas en los espacios públicos contribuyendo al caos vial. La situación, además de ilógica, contribuye a la desigualdad social, es como decir: los de a pie que caminen cargando sus bolsas y canastos si quieren agarrar camión y los que traen auto que usen y abusen de las calles y que contaminen la atmósfera con sus emisiones.
El pesero sigue su ruta y en cada parada desciende una persona y suben al menos dos, hasta que prácticamente lleva 15 sentadas y unas ocho paradas, agarradas de donde puedan para evitar caer. Así iba el viaje hasta que en alguna de las paradas baja un buen número y la pesada carga se vuelve ligera; sin embargo, las madres de familia se afanan en acompañar a sus críos y una de ellas subió con un pequeño que quizá iría iniciando la primaria y un adolescente que estaría en la secundaria.
Solo el pequeño encontró un lugar para sentarse y de inmediato lo aprovechó, su mamá quedó de pie frente a él y también su adolescente hermano, quien iba a sujetarse a uno de los pasamanos que los peseros tienen para quienes viajan de pie, pero su juvenil obstinación vuelta temeridad lo hicieron retar, cara a cara, al riesgo y se mantuvo en equilibrio, eso hasta que el pesero arrancó y le hizo trastabillar. Sorprendido, el mozalbete y viéndose en peligro de caer, estiró sus aún cortos brazos para asirse del pasamanos y al tiempo exclamó sin pensárselo dos veces: “a la ve…” sin completar la popular y juvenil frase, quizá reaccionando por pudor o miedo a la presencia de su mamá.
Tres jóvenes flacos y espigados, dos de ellos con melena afro que los hace verse muy parecidos, quizá sean hermanos, cargando unas desvencijadas guitarras suben al pesero y de inmediato comienzan a platicar, se comparten chistes y gracejadas, algunas son clásicas de los comediantes que actúan en el transporte público de nuestro México: “Me aprendí un chiste para iniciar”, dice uno de los muchachos y continúa “Una ayudita por favor, lo que sea su voluntad, es que mi hijo no tiene un pie… tiene dos” y los tres sueltan la carcajada. Otro de ellos rasga las cuerdas de su arcaica guitarra, se nota que sabe tocar y se arranca requinteando como maestro, el otro le sigue el ritmo con otra guitarra viejita y el tercero con unas claves y con entonada voz inician un bolero: “Lo dudo, lo dudo, lo dudo…”
Un señor de avanzada edad saca su teléfono celular y discretamente comienza a grabar, haciendo como que escribe un texto. El trío de comediantes se da cuenta de inmediato y lo balconea, le preguntan si está enviando el video a su esposa o a otra persona y con excelente humor le mandan saludos antes de arrancarse con un sabroso son cubano: “Mamá yo quiero saber, de dónde son los cantantes, que los miro muy galantes y los quiero conocer, con su trova fascinante que me la quiero aprender…”
El trayecto se vuelve muy animado: chistes, canciones, humor blanco y una que otra picardía, salen del trío de jóvenes que puede usted, usuario del transporte público de Tula, encontrar cualquier día y hora; a veces se maquillan y toman como base la incómoda parada que se encuentra en el callejón Tepeji, a un costado de la casa de la cristiandad, siempre atestada de taxis, peseros y camiones.
“Bajan en la esquina” pidieron varios pasajeros. Dentro del pesero se escuchaba a fuerte volumen la cumbia sonidera: “El final de nuestra historia” decía el DJ; también el taka taka del Sonido Pirata. El chofer extasiado ni escuchó a sus usuarios y siguió su marcha, hasta que una fuerte voz lo hizo reaccionar: “Bajan hijo de la china Hilaria. Si no oyes bájale a tu ruido”, dijo un señor. El chofer se puso respondón: “Ora, toque el timbre y no grite”, pero el horno ya no estaba para bollos y el señor, colérico lo encaró: “A Chihuahua a un baile. Bájate para romperte la máuser”. Al chofer se le quitó lo sabroso y se hizo el desentendido, los pasajeros descendieron con una sonrisa en el rostro, disfrutando la lección que le habían propinado a aquel mequetrefe desconsiderado, quien siguió con su música, pero a volumen más bajito.
Bueno, ya voy a llegar ¿Por favor le pasa uno en la próxima? Hasta luego y feliz viaje a todos. *NI*