Por José Antonio Trejo Rodríguez.
Una tarde de tantas, despreocupado pedaleo mi bici de regreso a casita, tomo una brecha que corre paralela a las antiguas vías del Ferrocarril Central Mexicano, inaugurado el 15 de septiembre de 1881, en unos pocos días cumplirá su aniversario 142; quién en su sano juicio imaginaría en ese entonces la soledad que ahora invade al legendario camino de fierro construido y operado por la que fuera la principal compañía extranjera asentada en nuestro país y que tantos convoyes viera pasar de norte a sur y de regreso, entre ellos al tren que transportó a don Francisco I. Madero a la Ciudad de México para tomar posesión de la presidencia de la República; también al que llevó los aviones del escuadrón 201 hacia el norte; a los trenes que llevaban a la cordada de presos rumbo a las islas Marías, entre ellos al tristemente célebre Luis Romero Carrasco, sepultado en el panteón de El Huerto en 1932; o al tren que llevó a la Reina Isabel de Inglaterra a Guanajuato en 1975.
La bici comienza a agarrar vuelo a fuerza de rítmicos pedalazos, hay que considerar que en mucho ayuda el terreno plano y prácticamente sin irregularidades que cruzo, salvo una que otra pequeña piedra que no significa obstáculo para las gruesas llantas. Voy concentrado, el sudor perla mi frente; de no ocurrir algo irregular, por ejemplo: una espina atravesada en alguna llanta, estaré en casita en pocos minutos. El sol cala y me pega en el costado derecho, no importa mucho, el chiste es llegar pronto y sigo pedaleando.
La presencia de los enormes pirules que vigorosos crecen entre la franja de terreno que separa al río Tula de la vía me hace recordar al licenciado Juan de la Torre autor del exquisito libro publicado en 1888, en el que narra magistralmente la historia del Ferrocarril Central Mexicano y describe con precisión los tramos por los que el camino de fierro pasa; a más de un siglo de haberse publicado, el contenido del libro asombra por su exactitud y logra que la imaginación vuele hacia el bucólico paisaje que Juan de la Torre plasma.
Absorto sigo pedaleando, percibo que voy a buena marcha, cuando la sorpresiva aparición de una larga y veloz serpiente de color obscuro provoca que oprima violentamente los frenos tratando de no atropellarla. El reptil salió de entre el balastro que aún se encuentra en los restos de la vía y la alcancé a mirar cuando la llanta delantera estaba casi sobre de ella. Pero afortunadamente era tan veloz que ni el polvo le vi, cuando desapareció con rumbo del río.
Los frenos de mi bici me hacen perder velocidad y el retomar el esfuerzo me lleva a reflexionar qué clase de serpiente se trata. Le pregunté a un amigo que oficia de Biólogo y catedrático. Me explicó que, con base en las características descritas se trataba de una chirrionera y se siguió de largo explicando que es una especie no venenosa nativa de México y de los Estados Unidos, también conocida como serpiente látigo, que en promedio alcanza el metro con setenta centímetros de longitud y que se caracterizan por ser extremadamente veloces y capaces de atacar furiosamente a mordidas y a chicotazos que propinan con la cola al sentirse acorraladas. Se alimentan de roedores, lagartijas y avecillas.
Fue un alivio no haberle causado daño atropellándola, aunque me alegra más el no habérmela encontrado en otra circunstancia y sentir el flagelo de sus veloces chicotazos, dije a mi amigo. Él se carcajeó de buena gana y asintió, de acuerdo con mis palabras, sobre todo con la segunda aseveración pues, insistió, que sus chicotazos son bastante dolorosos.
Así que, amigos, solo puedo darles fe de lo tremendamente veloces que son esas serpientes y por fortuna no les puedo atestiguar y espero que nunca me sea posible hacerlo, del dolor que brindan sus chicotazos. Pero, usted que no las ha topado, si el destino le pone frente a una de ellas, respete su camino y ni de chiste las moleste, de entrada, como una muestra de elemental respeto a una especie integrante de nuestro medio y por supuesto, por puro instinto de conservar intacto el cuero que, de ninguna forma queremos, sufra por los chicotazos de las chirrioneras. *NI*