*GOING TO CALIFORNIA
Por José Antonio Trejo Rodríguez.
El avión despegó del aeropuerto Benito Juárez en punto de las 9:00 de la mañana, minutos antes decidía qué melodía me acompañaría en el viaje de más de tres horas, pensaba en “Going to California” de Led Zeppelin, pero no me parecía tan alentadora como “El avioncito” de la inspiración d Alfredo D´Orsay e interpretada por la gran Lucha Reyes: “Ya nos vamos a volar, el santo niño de Atocha nos tiene que acompañar. Yo le dije al aviador, vamos a emprender el vuelo, ya se calentó el motor y está muy parejo el suelo”.
Había salido de Tula al filo de las 4:20 de esa madrugada veraniega, así que el sueño y el ayuno disputaban mi atención. Ordenadas y efectivas, las personas que atendían esa mañana el vuelo de Delta hacia San Francisco, despachaban el desayuno. En esos momentos recordaba sin añoranza que un par de años atrás realicé el mismo trayecto en otra compañía aérea cuyo servicio dejaba mucho que desear, te atendían tarde y mal en mostrador y ya en el pájaro de acero te vendían todo a precios estratosféricos, por ejemplo: un refresco caliente a cuatro dólares, un auténtico robo en las alturas.
Pero esa mañana todo era diferente, así que me despaché el desayuno raudo y veloz y me dispuse, cuál viejo lagarto, a digerirlo con un sueño reparador. Un par de horas después, al despertar, me maravillé con la vista de las montañas que la ventanilla del lado oriental me brindaba. No pasó mucho tiempo para ver el azul del mar y el litoral, en algunas partes virgen, sin huella de los hombres y en otras plagado de marinas y yates.
Inferí que volábamos sobre la costa sinaloense o de Sonora; realmente me maravilló el color del agua del golfo de Cortés o de Baja California. Hacia el oriente se miraban las imponentes siluetas de la cordillera de la sierra tarahumara y un enorme cerro que deduje era “el pinacate”.
De pronto, el gran desierto de Altar: muchos minutos de vuelo de crucero viendo únicamente las inmensas dunas blancas, pensé en una canción de Luis y Julián “el desierto de Arizona”, que trata sobre unos arriesgados migrantes, Eligio y Briones, que buscan cruzar el desierto para alcanzar el american way of life y no lo logran: “Se ponen a caminar y uno de los dos razona, que acaban de penetrar el desierto de Arizona, en lo alto se ven volar, los buitres que se amontonan.”
El desierto cruza implacable la frontera de México con los Estados Unidos, concluyendo en una ciudad pequeña y bien planificada, como las que hay en el otro lado. Después, el pájaro de acero se internó en California con sus calles como las describe el corrido de Joaquín Murrieta: “Que bonito es California con sus calles alineadas” y conjuntos residenciales que asoman por doquier.
Me asombra ver infinidad de bellas instalaciones deportivas con canchas cuyo pasto ilumina y contrasta con el rojo del tartán de las pistas de atletismo que las rodea. Abundan también campos en forma de diamante para la práctica del rey de los deportes.
El capitán anuncia el inminente aterrizaje en el aeropuerto internacional de San Francisco, la ciudad de la libertad, del amor y de la paz; antes de bajar se pueden ver sus muelles con sus gigantescas grúas que nos dan la bienvenida. Llegamos con bien, gracias a Dios y a mi mente llegan las notas sesenteras de Scott McKenzie que aconseja que, si vas a San Francisco, te asegures de llevar flores, pues hallarás a personas amables en las calles de San Francisco durante el verano. Sin duda que así es. *NI*