*UN CATORCE DE FEBRERO.
Por José Antonio Trejo Rodríguez.
Al Pit se le hizo sacar una cita para el catorce de febrero con una de sus compañeras de la universidad, feliz de la vida planeó una ida al cine y después a una cafetería para platicar y disfrutar de una bebida y un bocadillo. No había problema en el horizonte, el Pit era soltero y chambeador, así que traía presupuesto para financiar la cita para el día del amor y la amistad. Solo que nunca se imaginó que su memoria flaqueara y ni cuenta se diera.
Pasaron los días y el Pit conoció a otra estudiante, se cayeron bien y más pronto que rápido agendaron una salida para el día de San Valentín. El Pit ni se acordaba de su cita previa. Así se llegó el día tan esperado, las calles estaban llenas de vendedores de globos en forma de corazón, exuberantes ramos de olorosas flores, muñecos de peluche y chocolates. Las parejas se miraban felices, disfrutando de tan importante fecha en la agenda de las celebraciones populares.
Los restoranes y cafeterías estaban a reventar, imposible conseguir servicio sin previa reservación. Las calles y avenidas llenas de autos y también atestado de transporte público; las personas presurosas se dirigían a sus citas o a comer en algún sitio agradable.
El Pit, seguro de sí mismo llegó de trabajar, se alineó con un regaderazo, planchó su pantalón y su camisa, ese día no llevaría tenis, así que boleó sus Flexi; se perfumó, se peinó y salió de casita echando tiros, directo a la uni en donde tomaría un par de clases y al filo del anochecer se iría de cita romántica.
Los pasillos de la universidad rebozaban de jóvenes persiguiendo sus sueños profesionales, unos entraban, otros salían apresurados; la biblioteca y el centro de cómputo tenían pocos lugares disponibles, como era costumbre. El Pit llegó a sus clases, saludó a sus camaradas y se dispuso a tomar apuntes sobre la argumentación del catedrático que, con grave voz acentuada por el humo del cigarro que acompañaba la importante y trascendente disertación.
Pasaron dos y luego tres horas, la clase llegaba a su fin, los alumnos se dispusieron a moverse de aula para tomar la última clase del día, solo el Pit se hizo el disimulado, como que se fue al sanitario, pero solo buscaba la oportunidad de acudir al salón en el que su cita se hallaba. El momento llegaba y él, el gran Pit caminó con seguridad hacia el edificio, subió las escaleras y recorrió un largo pasillo en busca del letrero indicativo del número del aula que buscaba.
Llegó por fin a la puerta y con discreción, pero con una sonrisa de oreja a oreja, abrió un pequeño resquicio de la puerta para que su cita lo viera, que supiera que ya había llegado y la estaba aguardando. Miró a la joven que, con igual discreción lo saludaba y le hacía una seña de que esperara tantito. Él sonreía feliz hasta que miró hacia la parte de atrás del aula y le sorprendió ver a otra joven que también lo saludaba y le pedía con una seña que se aguantara un poquito.
De golpe y porrazo se dio cuenta que había empalmado dos citas y que ambas estudiaban en la misma carrera y hasta en la misma aula. La sonrisa se le congeló, cerró la puerta y solo atinó a correr velozmente por el pasillo, raudo y veloz bajó la escalera para abandonar el edificio, la escuela y por poquito más hasta la ciudad. Hizo caso omiso de sus cuates que le llamaban desde uno de los pasillos, solo atinó a hacer una seña de que enseguida regresaba y no se le volvió a ver hasta el siguiente día. Si le causa curiosidad el argumento que el Pit brindó a sus amigas se lo comparto, les dijo que le había dolido la panza y que le urgía ir al baño. Tenga por seguro que así fue. NI