*LA CARRERA DE LA UAM.
Por José Antonio Trejo Rodríguez.
Son las 6:00 de la mañana del domingo 15 de diciembre; con determinación dirigimos nuestros pasos, a lo largo del maravilloso Paseo de la Reforma, hacia “la suavicrema”, aquel feo monumento construido para celebrar el bicentenario del inicio de la lucha por la independencia a un costo multimillonario. La barda perimetral de la sede del senado de la República se viste de gala con una exhibición fotográfica dedicada a la gran Dolores del Río, siempre bellísima, desde su etapa en el cine mudo de Hollywood, hasta su participación en el cine mexicano de la época de oro.
El paso providencial de un Metrobús nos acerca hasta el monumento de la Diana cazadora, aún está oscuro, sin ser obstáculo para que decenas de corredores portando la hermosa playera verde olivo, con la que la Universidad Autónoma Metropolitana celebró su medio siglo de existencia, caminemos hacia la salida, también la meta, de la carrera de 5 km y de 10 km, ubicada sobre Reforma en su esquina con Lieja, a las puertas de la torre de BBVA.
El frío se combate con el calor generado por la comunidad de las cinco unidades académicas de la UAM: Iztapalapa, Xochimilco, Azcapotzalco, Cuajimalpa y Lerma, más la Rectoría General. Los atletas llegan acompañados por su familia y hasta por sus fieles mascotas. Es emotivo el reencuentro entre antiguos camaradas de aulas. A eso de las 6:40 se apaga el alumbrado público, sin que aún salga el astro. Los corredores presurosos se enfilan hacia sus bloques de salida, primero los de 5 y atrás los de 10, dictan las autoridades que, ataviadas con sus chaquetas universitarias en negro y blanco, se miran emocionadas durante el protocolo de la salida y cantando el Himno Nacional.
Es copioso el pelotón, para llegar al punto de salida transcurre un par de minutos y de inmediato se prueba la fortaleza en la subida de Reforma hacia el museo de antropología, allí está marcado el primer kilómetro y en donde Tlaloc impávido mira pasar el jadeante y sudoroso pelotón. Una señora detiene su andar para recoger de las manos de otro señor la correa de un bonito perro que feliz se prepara para acompañarla durante unos kilómetros.
Las sirenas anuncian que los corredores punteros han alcanzado a los de 5 km y de inmediato son desviados al circuito Gandhi, mientras continuamos hacia el auditorio nacional que, en su gigantesca pantalla electrónica anuncia su cartelera para el 2025 con un concierto de Los Ángeles Azules y la ópera de Nueva York con la puesta de la maravillosa obra mozartiana: “Las bodas de fígaro”, en mi cabeza resuena “Cherubino alla vittoria, alla gloria militar…” A las afueras del metro auditorio, madrugadores desayunan un atole y un tamal para apaciguar el frío y saciar el apetito.
Es la mitad del trayecto y los organizadores indican que los corredores de 10 km deben desviarse hacia Chivatito. Llegamos a las rejas de Chapultepec: “Las rejas de Chapultepé, las rejas de Chapultepé, son buenas, son buenas, no más para usted…” cantaba el tío Herminio y las susodichas albergan exposiciones fotográficas, una de la obra del Arquitecto Abraham Zabludovsky y otra sobre “Las vides de México”, alcanzo a ver la imagen del campo del valle de Santo Tomás, sede de una de las mejores casas vitivinícolas en nuestro país. Adelante, las rejas celebran con otra exhibición fotográfica, los 60 años del Museo de Arte Moderno. Vamos por el último kilómetro.
Jóvenes atletas muestran enjundia y dan fuertes jalones, pretenden aprovechar la bajada de Reforma para cerrar velozmente la competencia. Su osadía cae en la imprudencia, cien metros más adelante se detienen sofocados. Ya se ve “la suavicrema” y pienso que es menester encontrarle alguna utilidad, por ejemplo: una pared para escalada. Bajo presuroso hacia la meta, una voz me anima desde la banqueta y no alcanzo a distinguir de quién se trata; cruzo la línea final, me siento feliz por haber regresado, después de más de 20 años, a correr sobre las calles de la muy noble y muy leal Ciudad de México y más aún, por tratarse de la carrera por los 50 años de mi casa la UAM, la Casa Abierta al Tiempo.
Recibo a mi amigo Víctor Rogelio Luna López en la meta, nos fundimos en un abrazo, él corrió los 10 km y enseguida saludamos muy contentos al rector general de la UAM, el doctor José Antonio de los Reyes Heredia quien, sencillo y accesible, termina contagiado por nuestra euforia y sonríe feliz, atestiguando que las viejas generaciones amamos a nuestra Alma mater a más de 40 años de distancia del primer día en que pisamos sus aulas. *NI*