*MEMORIAS DE UN TAXISTA.                             

Por José Antonio Trejo Rodríguez. 

Andaba buscando chamba en una magna obra, allá por el rumbo de Coyotepec, no hallaba fortuna y sus pasos lo guiaron algo lejos de su terruño, aconsejado por amistades que habían escuchado que allá había bastante empleo. Llegando, su suerte comenzó a cambiar, se encontró con un viejo amigo que, sin tapujos le recomendó mejor buscarle en otro lado, pues allí estaba pesado y riesgoso; no lo dudó y se encaminó de regreso, haciendo escala en Tepeji en donde sin planearlo fue contratado como chafirete en un coche de sitio, así se les dice por estos rumbos a los taxis.

Al día siguiente, entre viaje y viaje, se enteró que en aquella obra a la que había ido a buscar trabajo, había sucedido un terrible accidente que terminó de tajo con la vida de muchos obreros. Allí se dio cabal cuenta de que su fortuna había cambiado, estaba vivo y ocupado, ganándose el pan diario en base a su esfuerzo. Pasó el tiempo y en recorrido de noche, un pasajero le hizo ver que, en los cerros se distinguían luces subiendo y bajando, recorriendo largas distancias, de cerro a cerro. Ambos coincidieron que se trataba de unas brujas.

En otra ocasión, se le desapareció el pasaje que, unos minutos antes le había hecho la parada. Cayó en la cuenta de que, en realidad nunca le vio el rostro, tampoco le hizo plática, como se acostumbra; simple y sencillamente se esfumó. Al comentarlo con sus colegas se dio cuenta de que no era el único al que se le había aparecido y desaparecido el misterioso personaje. 

Nada sobrenatural, pero si atemorizante, le ocurrió al trasladar a una familia hacia la refinería, ya trabajando en un sitio de Tula. Un fulano acompañado por unas niñas le soltó a quemarropa la recomendación de ponerse a orar, porque en ese momento se lo iba a cargar y le mostró un temible verduguillo. No le pidió dinero, ni le advirtió que lo asaltaría, solo que lo asesinaría. Quiso aliviar la cosa y al mismo momento trazó un plan desesperado: aceleró con fuerza y se enfiló hacia la base de un puente peatonal, buscando impactar del lado del copiloto. Como no hay borracho que coma lumbre, el amenazante sujeto le suplicó que detuviera el vehículo, alegando, entre el llanto de sus niñas que, solo se trataba de una broma. Así la libró.

Sería la década de los 90 y viviendo en San José, llegaba a su hogar ya avanzada la noche, cuando encima de él una luz, enceguecedora, acompañada por un zumbido penetrante, como cuando se juega con un “gallito”; miró al cielo y a escasos cuatro metros admiró un plato volador que, veloz surcaba el cielo rumbo a la mesa chica, el cerro que se yergue sobre Alvarado y Nantzha; a simple vista parecía que rozaba los techos del vecindario.

De su experiencia como chafirete, aprendió que, más vale averiguar primero y luego decidir; pues hubo ocasiones en las que, motivado por una buena ganancia, aceptó viajes especiales, largos y peligrosos, en carreteras copadas de neblina, con curvas tan cerradas que, se tomaban en sentido contrario. Con razón, reflexionaba, su patrón no había tomado el viaje y se lo había dejado a él.

Aunque a fin de cuentas dice, haber disfrutado su experiencia tras el volante de un taxi o coche de sitio, como se le conoce por estos rumbos y se le nota, créanme, en la expresión de su rostro, iluminado por la emoción de recordar esos años. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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