*ECONOMÍA CIRCULAR.
Por José Antonio Trejo Rodríguez.
Desde afuera no puede apreciarse la inmensidad de la instalación; solo es visible la fachada del inmueble y uno ni se imagina que está integrado por siete grandes naves. A un costado de la calle se admira el paso de un bonito tren eléctrico que, silencioso, realiza su recorrido; en un rato más veremos cruzar el Amtrakpor las mismas vías, en su largo viaje de Nueva York a San Francisco, California, previa escala en Chicago.
La atención a los visitantes es extraordinaria, nos sientan al interior de un salón, por todos lados hay posters que hacen alusión a un presente sin basura, al cuidado del ambiente y a la sustentabilidad que, esa visita demostrará, es viable y visible ¡Toda una realidad! La guía se expresa con un perfecto español y explica que su compañía atiende la demanda de la población asentada en la zona de la bahía de San Francisco, para hacerse cargo de los residuos sólidos urbanos y también de alguna otra clase de basura, por ejemplo: ramas de árbol y desechos de jardinería; botes de pintura y hasta cascajo; eso explica las pequeñas camionetas con carga que vimos haciendo fila para entrar a las instalaciones.
Nos dice que, al tratarse de basura que no recogen los camiones, los ciudadanos están obligados a llevarlos por sus propios medios a la planta de reciclaje y pagar por el servicio que, agrega, no resulta nada barato, dado el tratamiento que dichos desechos deben recibir. Otra de las guías conoce la realidad mexicana y explica que, a diferencia de nuestro país que ofrece el servicio municipal de recolección de basura municipal como una obligación constitucional, allá el servicio lo brindan empresas privadas y la ciudadanía paga por ese servicio, “Hagan de cuenta que te llega el recibo de la luz o del agua” dice ejemplificando y cierra: “En la casa pagamos mensualmente alrededor del equivalente a mil pesos mexicanos.”
Nos platica que cuentan con programas que impulsan la cultura y el arte, como un medio para fortalecer la conciencia social de la limpieza y nos guían al improvisado estudio de un reconocido artista plástico que, rescata “cosas” de la basura y elabora sus creaciones. En una pequeña mesa identificamos un muñeco de plástico con máscara y pose de luchador, se trata del “Místico” que, dice el artista seguramente formará parte de una de sus creaciones, pero en ese momento aún no lo tiene decidido.
Vamos recorriendo las siete naves industriales en las que se lleva a cabo el proceso de valoración de la basura, estamos a un costado del océano pacífico, nos invade un fuerte olor a salinidad y arriba revolotean parvadas de gaviotas, chillando, preparando su aterrizaje en busca de alimento. Un hombre risueño aguarda a las sombras de un cobertizo y un árbol, acompañado por un amplio número de “colaboradores” con los ojos cubiertos con una especie de gorro. Se trata de un cetrero y sus halcones, encargados de velar y mantener libres las instalaciones de las gaviotas. “No las atacamos, solo evitamos que bajen a alimentarse con basura, pues eso no es natural, por lo que lo hacemos cuidando la salud de las aves salvajes” dice mientras suelta a un pequeño halcón que con energía surca los aires, haciendo una ronda encima del inmenso inmueble y evitando que las gaviotas bajen. “Son temerarias y si osan bajar, allí está quien hace que alcen el vuelo” dice, señalando a un pequeño perro orejón que nos saluda moviendo el rabo desde el interior de una camioneta.
“Esta es la nave de la basura, basura” dice la guía. Huele intensamente a la putrefacción característica de los desperdicios. El piso está húmedo. Vemos un gran bulldozer empujando montones de basura que serán enviados a un relleno sanitario. La guía explica con mayor profundidad: “La basura que no se puede valorizar, es decir, vender para su incorporación a algún proceso productivo o para realizar composta orgánica, es la basura de la basura y debe llevarse en camiones bien sellados a un relleno ubicado al norte de la zona.” Y concluye: “Todas las plantas de residuos municipales requieren de un relleno sanitario.”
Nos dirigimos a otra enorme nave industrial para observar el proceso de selección de materiales que, al ubicarse junto a un muelle, permite la llegada de grandes embarcaciones que traen basura y se llevan los materiales rescatados de la misma basura. Una fila de bandas es alimentada por basura, dirigiéndose a donde un nutrido grupo de recolectores se encargan de rescatar los materiales: papel, textil, latas, envases, que depositan en grandes sacos. Posteriormente son formadas grandes pilas de materiales ya seleccionados y se preparan para su salida.
La guía explica que en la planta se brinda, preferentemente, empleos a personas vulnerables y en situación de riesgo, pagándoles el doble de lo que comúnmente se paga en otros empleos, pues es importante neutralizar los riesgos a los que están expuestos.
“Oh, mmm. Es muy alta, hay que ver el costo de la tierra, los permisos, las construcciones, el equipamiento y luego la operación.” Responde, después de reflexionar, a la pregunta de la inversión que implica instalar una planta como la que acabamos de visitar y recalca que resulta más costoso para la sociedad no hacer nada; tan solo los daños ambientales, a la salud pública y la degradación de la vida silvestre.
Esta visita, realizada gracias a las gestiones de las Asociaciones de Ciudades Hermanas Benicia – Tula y Tula -Benicia, muestra que es viable realizar un proyecto de economía circular como el que se anuncia para la región de Tula. La voluntad política existe, seguramente también los recursos. Ojalá que se concrete para que pasemos a ser un ejemplo mundial de sustentabilidad. Claro que se puede. *NI*