*QUE ME VOY DE MOJADO.

Por José Antonio Trejo Rodríguez.

“El piojo” estudiaba ingeniería en la universidad en la década de los 80, era originario de Michoacán, su familia vivía en California y él les visitaba cada y cuando que podía, aprovechando su estancia para trabajar y ganarse unos dólares que le permitían sostenerse medio año en la Ciudad de México. Le encantaba la música gruesa y gustaba vestirse como rockero. Alegre y platicador buscaba a sus cuates cada regresaba del gabacho.

En una de sus vueltas lo hallamos por casualidad al salir de clases, nos fuimos a comer a la casa que rentábamos, mientras el Rod ponía una cinta de los Kinks, el álbum “One for the road” en la poderosa grabadora de doble casetera que traía desde los Estados Unidos, a la par que nos platicaba la aventura que meses atrás vivió para llegar a California.

“Llegué a Tijuana con una parienta, allí me quedé unos días para poder organizar mi viaje. Se me hizo fácil contratar los servicios de un fulano que ofreció pasarme al otro lado. Arreglé mi mochilita y me fui caminando con un grupo grande, la de malas es que la migra nos agarró luego, luego. Nos encerraron unos días y nos retacharon a Tijuana, pa` pronto regresé con mi tía a platicarle mi desventura, me llamó la atención y me envió con un conocido que se ofreció ayudarme.” Contaba entre mordida y mordida a su taco de bistec encebollado y tragos a su bote de cerveza.

Respondiendo a la pregunta de la razón por la que se había decidido a viajar como ilegal, respondió que se había vencido su visa y traía urgencia de llegar a realizar unos trámites a Los Ángeles. “Entonces que me voy de mojado” agregó entre risas, secundadas por sus cuates y prosiguió con su relato.

“Llegué con el don que me ayudaría y de inmediato me acomodó en una camionetita de carga, hagan de cuenta que era un tronco: me pidieron recostarme a lo ancho de la caja, al igual que a otra docena de paisanos, nos pidieron mantenernos callados y emprendimos el viaje para cruzar la frontera. Después de varias horas que parecían interminables, pues no podíamos cambiar de posición, mucho menos estirarnos, llegamos a nuestro destino. El señor abrió la caja de la camioneta y para bajarme tuve que rodar como tronco, pues las piernas las traía dormidas, entumidas. Azoté en el suelo como tabla, todavía me costó un buen rato activar mi circulación y levantarme.”

Con el interés de sus interlocutores por saber el resto del relato, continuó: “Me sentía adolorido, pestilente después de viajar hacinado, sudando, lleno de tierra y sin bañarme en todo un día. Así me recogió mi hermano, haciendo bromas sobre mi condición, las aguanté más por cansancio y al llegar a su casa de inmediato me fui a bañar y a dormir, que buena falta me hacía.”

“Realicé los trámites que me ocupaban y aproveché para quedarme a trabajar unos días que se convirtieron en semanas y éstas en meses, hasta que me di cuenta de que se acercaba el inicio de clases de varias materias que me tocaba cursar y aquí estoy de vuelta. Súbanle a la grabadora ¡Salud!”. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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