*FOTOS ANTIGÜITAS.

Por José Antonio Trejo Rodríguez

Las fotos antigüitas tienen la virtud de remitirnos a nuestras vivencias y a las de nuestras familias y amistades. Siempre será grato y nunca nos aburriremos al desempolvar el cajón en donde se hallan las viejas fotos familiares y entretenernos mucho rato, como si nunca lo hubiéramos hecho, aunque la acción la repitamos periódicamente.

Recordar y escuchar la historia de cada uno de esos trozos de papel grueso en el que se hallan impresos rostros y paisajes, a veces anotaciones tras la misma con fecha y sitio en el que fueron tomadas; escapando al paso del tiempo que se afana en borrarlas y alejarlas para siempre de nuestra memoria.

“Esa fue cuando fuimos a Guadalajara, ustedes estaban muy chicos” dicen mis hermanas, basta ver los pequeños rostros sonrientes de niños trepados a una calandria o en el trenecito del parque agua azul y calcular que quizá tendríamos unos cuatro años ¡Ya llovió! “Acá fuimos de visita a las pirámides, los muchachos eran bebés y los llevaba cargando” digo frente a mis sobrinos regios que, sonríen felices al verse sentados a los pies de un gigantesco guerrero tolteca labrado en piedra y encantados de llevarse una reproducción gigante para presumir en una pared de su hogar a mil kilómetros de distancia.

“Aún recuerdo cuando nos tomamos esas fotos. Fuimos a Teotihuacán.” Me escribe mi ahijada Andrea, avecindada en Monterrey, como respuesta al compartirle una foto de hace quizá un cuarto de siglo y añade: “En las clases de historia en la primaria estábamos viendo el tema y yo les comenté que conocía esa gran ciudad y su historia, hasta llevé mis fotos y todos, hasta la maestra, quedaron sorprendidos.”

“Mire nada más, tío, que jóvenes y delgados estaban mi papá y usted.” Dice entre risas otra de mis sobrinas cuando le muestro una foto del día en que bautizamos a su primogénito. “Oye primo, en esa foto reconozco a mi abuela, a mi papá, a mi tío, pero al resto no.” Me comenta uno de mis primos de Querétaro; le ofrezco preguntar a mis hermanas y a mis primas de Irapuato, ellas sí que deben reconocer esos rostros serios que, posan sin imaginar que en unos 70 años sus familiares se preguntarán quiénes son ¿Pero quién nos asegura que con el paso de los años, no ocurrirá algo similar con nuestras actuales fotografías?

“Recuerdo de nuestra visita a la Villita. Antonia, Carlos y yo. Diciembre de 1940” Escribió mi papá al reverso de una fotografía en la que una joven pareja con una bebé de un escaso mes en brazos posa al frente de un típico paisaje. En otra veo un par de chiquillos parados en un patio de ferrocarriles, uno en short y otro en pantalones, no pasan de un par de años; ambos lucen tenis nuevos, de lona con suela de goma y de nuevo escucho la historia de la que jamás me aburro, pues se trata de la mía.

“Cuando venía a ver a mis jefes me iba a las pirámides de paseo, saludaba a mis cuates y de paso me tomaba unas fotos.” Platica mi hermano muy a gusto y goza verse jovial y sonriente unas seis décadas atrás. Es la magia de las fotos antiguas. Nos hacen revivir momentos que estaban perdidos en la memoria y de repente se agolpan para dibujarnos una sonrisa de felicidad y una mirada de reflexión. Sí ha pasado el tiempo y cómo lo seguimos disfrutando. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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