*EL SUSTO.

Por José Antonio Trejo Rodríguez.

Se anunciaba un gran baile en Tlahuelilpan, era la década de los 80 y los aficionados enfilaban sus pasos hacia el vecino municipio. Desde la plaza de la Constitución se miraban pasar filas de felices tulenses dirigiéndose a la antigua central camionera para comprar un boleto, tomar el autobús a Pachuca y mostrar sus mejores pasos de baile.

Aquel grupo de amigos decidió a última hora seguir el ejemplo de sus paisanos y al filo de las 9 de la noche ya estaba llegando al enorme auditorio de la vecina cabecera municipal. Compraron sus boletos e ingresaron para ver a un par de grupos hacer sus mejores esfuerzos, animando a la concurrencia; los estelares salieron al escenario una vez concluida la actuación de los teloneros.

Bailaron, disfrutaron, charlaron, bebieron un par de cervezas. El bailongo estaba en su auge y el tiempo transcurrió sin sentirse, hasta que cayeron en la cuenta de que pasaba de la media noche. Decidieron enfilarse a la salida para regresar a Tula, pensaron que habría taxis disponibles, pero, oh decepción, no hallaron ninguno. Una marchanta que despachaba fritangas en los alrededores les comentó que a esa hora no encontrarían transporte.

El intercambio de palabras con la señora de las enchiladas hizo que uno de sus comensales volteara la mirada hacia los amigos y con un grito de alegría saludó a uno de ellos: “¡Primo, que gusto!” El aludido respondió también gustoso y aprovechó para preguntar a su pariente si traía auto, recibiendo respuesta afirmativa, para alivio del grupo.

El único “pero” fue que el primo iba acompañado por su novia y unos cuates, llevando todos los lugares ocupados. Ante el rostro de desesperación de su pariente, ofreció de buena gana que se podrían acomodar para dar cabida a ¡Otros 5 pasajeros! Y así ocurrió, el auto regresó a Tula a baja velocidad en calidad de lata de sardinas.

Todavía se aventaron la puntada de irse en bola a dejar a la novia y al resto de los muchachos, pero uno de ellos decidió bajarse del vehículo en el centro y caminar hacia las vías que, en ese tiempo, atravesaban por la zona. Todos iban de excelente humor, cansados de bailar, pero contentos, así que aceptaron que su compa se bajara y se fuera caminando a su casa.

La madrugada presentaba los estragos de una llovizna y la niebla se posaba sobre la ciudad. El viandante echó a caminar y unos cien metros adelante le pareció ver una figura caminando hacia él; creyendo que se trataba de una ilusión óptica siguió su camino, pero la figura se hacía cada vez más diáfana y además se asemejaba a una mujer que iba directo hacia él, sollozando silenciosamente.

Aquel joven no supo qué hacer, se aguantó y mantuvo sus pasos para encontrar a la mujer que llorando se acercaba. A unos 20 metros de distancia, la mujer también se sorprendió de verlo y casi brinca del susto. Estaba claro que ni uno, ni otra eran seres de ultratumba, pero, qué hacía una señora a esa hora caminando y sollozando por las vías.

La respuesta se presentó unos 50 metros adelante, un señor bastante tomado caminaba dando tumbos entre los durmientes de la vía. El encuentro con el joven también lo sorprendió, provocándole caminar más rápido para alcanzar a su compañera. Por el rumbo de las partes altas de la ciudad, todavía se escuchaba la música de alguna fiesta, quizá la pareja venía de esa pachanga. Eso tranquilizó al chaval, pero la inquietud estaba sembrada y en las sombras de cada árbol veía figuras sospechosas, hasta que por fin llegó a su casa, prometiéndose que jamás volvería a caminar solo a altas horas de la noche, ni por la dicha de ir a un buen baile. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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