*LA HORA DE LA PAPA.
Por José Antonio Trejo Rodríguez.
Aquellos tres compañeros afanosos realizaban su trabajo, muy concentrados alimentaban una base de datos y recorrían con agilidad la enorme bodega para verificar códigos y demás datos que sus archiveros guardaban. Al filo del mediodía “el vampi” cuestionó lo que comerían y de inmediato trazaron un plan.
Mientras “el jefe” y “el lobo” continuaban la chamba, “el vampi” fue comisionado para irse al mercado a ver qué encontraba y de inmediato reportarse por teléfono. Los tres decidieron que la mejor opción era preparar hígado encebollado, aparte de ser muy sabroso, resultaba económico y no tardarían mucho en cocinarlo.
El lugar contaba con una pequeña cocineta en la que “el vampi” se metió a preparar una sopa de fideos, cortar la cebolla en finas rodajas, asar unos chiles serranos, calentar la sartén con el aceite para guisar las rebanadas de hígado que compró en el mercado. Preparó una salsa roja y se dispuso a calentar las tortillas que, además eran azules.
El olor dulzón de la cebolla y la carne invadió la bodega, el jefe y el lobo ya sólo esperaban la llamada a comer del vampi para dejar por un rato el trabajo, lavarse las manos y comer sabrosamente. De excelente humor acometían los últimos toques a su base de datos, con los pulmones inundados del guiso de hígado encebollado y el apetito a tope.
De repente vieron llegar al gerente acompañado de varios ejecutivos, el orden y eficacia del sitio era para presumir y el mero mero quería hacerlo. El grupo compuesto por unos 12 personajes perfectamente vestidos con trajes sastre, calzado impecable, cabello arreglado, irrumpió con una enorme sonrisa que se convirtió en admiración al aspirar el olor del guiso. Se notaba que el apetito se les había abierto. En ese instante el objetivo de su visita quedó arrumbado en un oscuro rincón del subconsciente; estaban absortos, encantados por el aroma que salía de la cocina en la que el vampi preparaba un verdadero manjar.
Pasados unos segundos, el gerente recobró el control, limpió sus finos anteojos e hizo las presentaciones de rigor; invitó a los ejecutivos de la empresa a recorrer el inmueble, no sin antes sorprenderse de la demostración que el jefe hizo de una base de datos electrónica que había diseñado. El gerente giró instrucciones para que en toda la empresa se adoptase el método diseñado por sus subalternos y con la boca que se le hacía agua, guio a sus invitados hacia la salida, dijo que iban a ir a comer; los comentarios de las ejecutivas es que olía delicioso.
Sorprendido al escuchar muchas voces, el vampi atinó a asomarse al pasillo, saludó a las visitas y de inmediato fue a apagar sus parrillas, más tarde dijo a sus compañeros que lo hizo para que no oliera tanto a comida, provocándoles una carcajada.
El jefe, el lobo y el vampi se sentaron a la mesa y disfrutaron de una tibia sopa de fideos, el jefe la saboreó mezclada con una cucharada de frijoles de la olla, enrollaron con salsa roja y sal sus calientes tortillas azules; enseguida se sirvieron su bistec de hígado encebollado. A la hora del postre, una tacita de chongos zamoranos, comentaban que estuvieron tentados a invitarles un taco a sus visitantes, pero ellos sabían que el gerente y los ejecutivos acostumbraban a comer en sitios de postín, así que por pena no se animaron; además sólo habían preparado comida para tres y no alcanzaría ni para convidarles un taco a la docena de ejecutivos que ese mediodía llegaron a visitarlos.
Lo sucedido llegó muy rápido a oídos del superintendente, quien, divertido, reclamó que no le hubiesen invitado a comer y no paró de reír, imaginando el enorme deseo de un taco de hígado encebollado que aquella humilde cocina de trabajadores había generado entre un grupo de encumbrados ejecutivos de aquella enorme empresa. Porque, como lo dijera el genial Rius: “la panza es primero”. *NI*