*En la playa.
Parte 3 y última parte.
Es sábado y después de dormir, a las 7 am nos vamos a trotar Laura y yo. Primero reconocemos el terreno y decidimos hacerlo sobre la propia muralla de siete kilómetros, otros hacen lo mismo, y otro más allá abajo a la altura del malecón llamado Santander. De aquí al término del ejercicio podemos ver el mar Caribe, también conocemos el muelle de la Bodeguita desde donde salen los barcos en viajes turísticos para las diversas islas. De igual manera vemos por fuera el Museo Naval del Caribe; ya hay gente formada para ingresar.
Después de una hora de sudar copiosamente vamos de regreso al hotel que en cinco minutos llegamos y nos encontramos los cuatro viajeros a las 10 de la mañana para desayunar en el restaurante del hotel. Más variado que en el anterior y quedamos listos para irnos a la playa.
Las recomendaciones fueron múltiples. En la calle a cada momento nos invitan a sus paquetes turísticos de 250 mil a 400 mil en promedio. Se ofrece visitar desde dos hasta cinco islas durante todo el día a partir de las ocho de la mañana. También la opción de playas es muy variada. Nosotros desde ayer hemos decidido ir a la llamada Castillo mayor.
Es una playa muy tranquila -nos comentó el chofer que nos trajo del aeropuerto al hotel-, no hay mucha gente, el agua está limpiecita y queda muy cerca de su hotel, nos dijo, y así fue.
El taxi nos cobró 15 mil pesos y el viaje duró entre 15 y 20 minutos. Cierto, hay poco turismo, nos ofrece sombra y sillas. El acuerdo es 40 mil pesos por la lona azul y cuatro sillas, por todo el día nos dice en anfitrión. El precio inicial era de 50 mil, pero no olvidamos la muchas veces dada recomendación que en todo tipo de transacción aquí se vale repelar, como decimos los mexicanos.
Fueron varias horas que todos disfrutamos entre las cálidas aguas del Caribe y sus suaves arenas. Ni los vendedores, como en todos lados, nos incomodaron. Los sanitarios -que hacen las veces de vestidores- son de los llamados portátiles. Nos dimos buena quemada y no precisamente política. Castillo grande es parte de una zona de ricos, nos dicen y se ve. Es la Cartagena moderna. A la vista no se ven restaurantes y decidimos emprender el regreso por la misma vía del taxi que ahora nos cobra 12 mil pesos de los 15 mil que nos pedía.
Un urgente y necesario regaderazo en el hotel y vamos de salida para comer y la posibilidad de disfrutar de la puesta del sol en el llamado Baluarte de Santiago, según recomendación de Raúl nuestro guía de ayer. El punto culminante es a las 6 con 4 minutos y son apenas pasadas las cinco de la tarde. El problema es que, en el restaurante recomendado, localizado sobre la ya citada muralla, hay que hacer larga fila y nos contentamos con disfrutarlo a un lado del lugar sobre la propia e histórica barda.
Pero no hemos comido y ya comienza a oscurecer. Vamos de regreso al centro histórico; hay un restaurante con buena cara “Collage Charladero” su nombre, pocos comensales y no tardaron en servirnos. Yo pido un “tierra bomba” que es filete de pescado con camarones en mantequilla, con chips de plátano verde y ensalada. Se ve rico la cazuela de mariscos llamado el rosario que pidió Gris.
Caminamos otro rato, las angostas calles del centro de Cartagena se ven atestadas de gente. Turismo de todas partes del mundo. Pasamos por la catedral y está terminando una misa de un nuevo matrimonio. Algo nos llama la atención: salen los novios y comienzan a caminar con todos los invitados atrás de ellos y acompañados de músicos que tocan de todo, parece que de lo que se trata es de hacer ruido y lo logran. Suponemos que así llegan al salón de fiestas.
Se ve bien, tal vez vale la pena promoverlo por nuestra tierra. ¿No les parece? Todavía nos damos tiempo para tomarnos un café en una de tantas plazas, pero son casi las 9 de la noche y buena hora para irnos al hotel. Mientras la familia entra a comprar un agua embotellada, me puedo percatar que hay prostitución callejera -turismo sexual como lo previenen en los hoteles- disimulada y no tanto. Ya estamos en el hotel Pedro de Heredia y a descansar.
De regreso
Hoy es domingo 28 de enero. Son poco más de las 6 de la mañana, hoy voy solo a trotar, ya con luz del día. Regreso a tiempo para darme un baño rápido e irme a misa de 8. La intención es ir a catedral, pero ya en el lugar y con el templo cerrado un vendedor de rosarios me dice que habrá hasta la 9. No falta quien me oriente y camino rápido para llegar al templo de Fray Toribio.
Al entrar me doy cuenta de que está el rosario, van en la letanía, al terminarla se acabó el rezo de improviso y cerca de las 8.15 comienza la misa. El sacerdote con mucha energía y los cantos de entrada los acompañamos con palmas. Se oye bien, la gente está bien atenta, pero yo sorprendido por ello.
Voy de regreso al hotel y la familia ya me espera en el restaurante, después del desayuno subimos por las maletas y a las 10.30 nos recogen para llevarnos al aeropuerto. La salida es hasta después de las dos, pero ya estamos aquí y listos. Un poco después de la hora programada abordamos, en AVIANCA como siempre, y en una hora estamos en Bogotá nuevamente.
Aquí la espera es menos larga, a tiempo para comer con calma. El costo es de 220 mil pesos colombianos y estamos listos para abordar el vuelo 187, con salida muy puntual a las 7.15 de la noche con destino a la ciudad de México.
Con la diferencia de la hora y después de cuatro horas y cuarto de vuelo efectivo, ya estamos en suelo mexicano ahora que son pasadas las 10. 30 de la noche. Cinco días y cuatro noches de visita intensa a un país de gente alegre, noble, latina como nosotros. En donde la gente con la que tratamos nos previene de los robos callejeros, de la “sana” costumbre de repelar al hacer compras de cualquier tipo, de su afición –de los jóvenes, sobre todo- por el reggaetón y la cumbia. Todo bien, y hasta con ganas de regresar. *NI*