Parte 1
En menos de una semana le dimos forma al viaje para conocer la puerta a Sudamérica. La cuestión era poder ajustarnos a los días de vacaciones en el trabajo de mi hija Laura. Pues si lo pensamos mucho no lo hacemos, así que, con ella, su mamá Gris y mi hermana Neya y con la asesoría de Pepe con su agencia en todo lo relacionado al viaje, nos fuimos a Colombia.
Es martes 23 de enero del 24, nos da tiempo de terminar la jornada de trabajo en el negocio. 7.30 la hora del cierre en la tienda y ya nos espera Jair para llevarnos a los tres de Tula al aeropuerto de la Ciudad de México. Puerta 9 y a las 9.30 ya estamos en el lugar; 10 minutos después llega Laura, una foto con todas las maletas y ya los cuatro a la fila de Avianca para documentar.
Es el vuelo 187, la salida muy puntual a las 00:40 ya del miércoles 24. Varios lugares vacíos, digamos que el 30 por ciento de los casi 300 que le calculamos de capacidad a la aeronave. Sin contratiempos estamos aterrizando después de cuatro horas y 20 minutos de vuelo. Hay una hora de adelanto en Bogotá y aquí son las 6 de la mañana.
Ya con luz del día salimos del aeropuerto Luis Carlos Galán “El Dorado” y con una espera de tal vez 15 minutos llega el vehículo contratado desde México que en casi una hora nos deja en el centro de la ciudad, cerca de las 8 de la mañana. Es un hotel sencillo, pero muy bien ubicado de nombre Galería Casa de la Luz.
El recepcionista nos recibe muy atento y nos anticipa que a pesar de la hora nos puede entregar sin problema un par de habitaciones para dos noches. Listo, son la 14 y la 15, iguales con una cama matrimonial y en dos niveles, abajo el baño y arriba la recamarita, no necesitamos más. Una hora para bañarnos y en punto de las 9 salimos a desayunar porque ya hace hambre.
Por recomendación del recepcionista vamos a un pequeño restaurante a un lado del propio hotel. Pequeño, pero casi todas sus mesas ocupadas y sin mucha tardanza nos atienden. Carne en bistec, arepa, huevo, arroz y jugo o café por 12 mil pesos colombianos; tamal, pan y bebida por 10 mil, de los cuatro pagamos casi 60 mil pesos, el equivalente a 260 pesos mexicanos considerando la conversión de 230 pesos colombianos por un peso mexicano. Barato, en nuestro país no es fácil desayunar bien con 65 pesos.
Tenemos tiempo suficiente porque a la una de la tarde pasan por nosotros para el tour. Mientras caminamos a dos cuadras y ya estamos en la enorme plaza de Bolívar, lo que vendría siendo el Zócalo de la Ciudad de México. Del lado norte el palacio de justicia; al oriente la catedral primada de Bogotá; al sur el palacio legislativo y al poniente otro edificio para oficinas gubernamentales.
Abundan los vendedores, un par de sombreros para Griselda y para mil, cien mil pesos el pago. Ya hace calor, pero no intenso, de cualquier forma, hay que protegerse. En Tula la temperatura está a 19 grados y aquí a 15. Caminamos un rato más, una foto con los cuatro a 10 mil pesos con una agradable dama fotógrafa, ya entrada en años y que al preguntarle de Gustavo Petro el presidente de Colombia, con franqueza nos dice que a ella le da igual. “Si no trabajo, no hay para comer güerito”.
Regresamos al hotel y en punto de la una llega por nosotros Andrea, en la calle ya está en un vehículo especie de vagoneta de color blanco, Mauricio es el chofer y nos arrancamos los seis. De inmediato ya las explicaciones de esta dama menudita, de lentes y de trato ligero, nos dirigimos en tráfico no muy fluido –aquí no hay todavía tren subterráneo- con rumbo al cerro de Monserrate. En el camino sabemos que Bogotá tiene alrededor de 10 millones de habitantes, está a 2600 metros de altura, lo que la convierte es una de las de mayor altura en América Latina
Llegamos a nuestro primer destino en menos de 30 minutos, buena cantidad de turistas, la gran mayoría de habla hispana. Andrea compra los boletos y enseguida abordamos el funicular que nos sube en casi cinco minutos poco menos de un kilómetro. Se siente vientecito y a pie llegamos otro poco más arriba a la iglesia de Monserrate.
Antes de entrar al templo disfrutamos de una bonita vista de Bogotá y las fotos naturalmente. El templo no es muy grande; todos los días hay misa, a esta hora no, y podemos recorrer su interior sin problema. El Cristo de Monserrate en el altar y en una especie de capilla dentro de la propia iglesia, la virgen morena de Monserrate. Bien ordenado y vigilado el lugar, limpio, un espacio para la venta de artesanías, y vámonos de bajada.
Camino al funicular un encuentro agradable con el profesor Francisco Medina. Lo conocí parece que cuando era alcalde de Tula; él como director de la primaria de la escuela Enrique Rébsamen en La Malinche. Los saludos a su esposa, a su hija, nos comenta que ya tienen varios días en Bogotá y todavía estarán unos más, la foto y nos despedimos, con el gusto de encontrar tan lejos a paisanos nuestros.
Ya en nuestro vehículo, Andrea retoma las explicaciones, la cinemateca, el campus universitario de Los Andes, de la sequía que padece la capital, y los incendios forestales que apreciamos y que ya son nota en el país y en el mundo; nos habla del eje ambiental del río San Francisco. Ahora llegamos a una amplia arteria peatonal, calle Carrera se llama, aquí la plaza Santander o de las hierbas y luego estamos en el museo del oro.
En su interior varias piezas de la prehistoria colombiana. No todas son de oro, pero sí algunas muy interesantes. Enseguida abordamos nuestra unidad para llegar nuevamente al centro de la ciudad, La Candelaria de nombre y aquí nos acercamos a lo que nos dice se llama la Manzana Cultural. Son varias calles en la zona en donde está el museo Botero, el patio museo de la casa de la moneda, el museo de arte Miguel Urrutia, la biblioteca Luis Ángel Arango, sala de concierto, casa Republicana y más.
Pegado a la zona descubrimos el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en cuya fachada se aprecian las banderas de Colombia y México. ¿La razón? Andrea nos explica que el espacio se creó a iniciativa de la embajada de nuestro país en Colombia. Adentro una librería con logos del Fondo de Cultura Económica. Claro que nos da gusto saber de este espacio y de la participación de México.
Ya estamos de regreso en la Plaza de Bolívar, son las seis de la tarde y es hora de comer. Nos despedimos de la guía, que en un inter nos platicó que ahora escribe un libro y con la promesa de enviarnos en breve su contenido, es la historia de un personaje contemporáneo que bien vale la pena conocer, anticipa.
Ya es un poco tarde para comer, la oferta es muy variada y llegamos a “El Mejor Ajiaco”. Tres platillos de bandeja paisa, es un plato de muy buen tamaño con carne molida, chicharrón, frijoles y arepa. Yo pedí ajiaco, es un sabroso caldo de papa, arroz, un elote, que le llaman mazorca. Todo sabroso, acompañado de sendos vasos de agua de feijoa y de lulo, son de fruta de estas tierras, nos dicen.
Quedamos satisfechos, el pago fue de 202 mil pesos colombianos, a caminar unos pasos y saborear café de Juan Valdez, que nos dicen aquí es una tradición. Yo no soy de café, pero lo probé y está rico. Pero ya es hora de ir al hotel porque la jornada ha sido muy larga. Todavía a tiempo de contratar por teléfono en la recepción a don Ricardo y quedamos que mañana a las 9 nos lleva a la catedral de la sal. Ya les platicaremos DM. Continuará…