Por José Antonio Trejo Rodríguez.
No tengo presente cuándo comenzaría la costumbre de ir a las pirámides el día de la primavera, lo que sí tengo por seguro es que se trata de una práctica que, incentiva el turismo histórico y cultural, empuja a los negocios locales, acrecienta el conocimiento y el amor por las civilizaciones precolombinas; porque, así como se visita la zona arqueológica de Tula, también y en mayor volumen a Teotihuacán y las demás maravillosas zonas arqueológicas mesoamericanas.
Desde que era niño resultaba apetecible subir caminando a las pirámides de Tula, también conocidas como “las ruinas”. Hace medio siglo, lo que hoy es el andador turístico, era una calle transitable a cuya vera se hallaba la oficina de correos y que depositaba a la orilla del río Tula, en ese entonces con agua limpia, para cruzar a través del puente colgante.
Toda una aventura para quienes éramos pequeños, pues sus endebles tablones se movían incesantemente ante el paso de chicos y grandes y más cuando algún travieso corría para que el puente se moviera con mayor velocidad. Años después dicho puente se restauró y la inundación del 2021 lo destruyó.
Al cruzar el puente se comenzaba a subir por una brecha de tierra, encontrando primeramente la tienda del “oso”, en donde era común realizar una parada para refrescarse. El camino continuaba hasta la plaza de la zona arqueológica. Cabe señalar que no había barda, ni cerca, que impidiera el libre acceso a “las ruinas”. Muchos años después se construyó la cerca de malla y hace pocos años se mejoró la cerca al parque nacional.
También existía la opción de subir en vehículo a través de una calle pavimentada que se tomaba desde la carretera a Tlahuelilpan, la cual aún se conserva, es la que está al norte de un hotel boutique a las orillas de la UHP, junto a las que fueran por muchos años las oficinas de medio ambiente en Tula.
La carretera llegaba junto a unas pequeñas construcciones que contenían al museo de sitio y que actualmente siguen en pie. En ese entonces, se pasaba junto a los restos de la llamada “capilla abierta”, incluso se podía caminar entre sus altas paredes. Otro sitio al que se podía ir libremente era a la llamada “pirámide del corral”, pues se encontraba al pie de la carretera que va hacia Santa Ana. Al pasar los años y al configurarse el parque nacional, esa calle y el acceso a la pirámide fueron cerradas al público, entiendo que para mejor conservación del histórico lugar.
Todavía hasta hace unos 15 años se podían tocar y hasta sentarse junto a los atlantes y columnas que se encuentran tras de ellos. Recuerdo que llegué a ver fotografías que mostraban a osados visitantes trepados en lo alto de sus cabezas.
A mediados de los 70´s se celebraron unos juegos deportivos escolares que congregaron estudiantes de todo el estado de Hidalgo, quienes fueron alojados por las familias de los estudiantes tulenses. En casita se alojó un grupo de muchachos de secundaria, muy educados todos, que venían de Huejutla; ellos traían un protocolo de acercamiento con las familias, para pasar del mero trato formal a uno más amistoso, incluso anotaban los domicilios de sus anfitriones para que sus padres agradecieran el alojamiento a través de la vía postal.
Los juegos serían clausurados una tarde noche con una ceremonia espectacular en la zona arqueológica, en la que los alumnos de sexto año de la Venustiano Carranza ofrecerían una exhibición con antorchas, ubicados encima, al frente y alrededor en la pirámide de Tlahuizcalpantecutli. Los ensayos habían sido muy exitosos y se auguraba un final maravilloso.
Cientos de familias nos trasladamos a “las ruinas”, los actores llegaron caracterizados y con sus antorchas preparadas; los profes daban las últimas instrucciones; los técnicos prendieron las enormes extensiones con focos que alumbraban el camino hacia la explanada y allá fuimos. Todos estábamos expectantes pues al caer la noche las luces se apagarían y las antorchas se prenderían para maravillarnos con la ceremonia de clausura ¡Que emocionante!
La de malas nunca falta y un apagón vino a dar al traste con la ceremonia de clausura. Las autoridades decidieron no realizarla, para evitar accidentes a los muchachos que treparían a la gran pirámide. A tientas y siguiendo la luz de alguna linterna, poco a poco y con la decepción en el rostro, los miles de tulenses que nos habíamos congregado en la gran plaza emprendimos la retirada. Los muchachos de las antorchas se iban con sus familias, ya no pudieron mostrar el fruto de sus ensayos. Así terminó lo que pudo ser una noche inolvidable en la zona arqueológica de Tula.
Los estudiantes de los municipios visitantes abordaron sus autobuses para regresar a sus lugares de origen. Concluía una semana de encuentros deportivos, aunque no de la forma en la que los organizadores y los asistentes soñábamos. Nunca se supo la razón del apagón, lo más seguro es que se debiera por una sobrecarga debido a los larguísimos hilos llenos de focos gigantescos.
Si este 21 de marzo van a las pirámides recuerden ser respetuosos de las indicaciones de los guardias, recuerden que lo hacen para cuidar las históricas reliquias. No olvide cuidarse del sol, hidratarse, llevar ropa ligera y disfrutar como nunca ¡Feliz inicio de la primavera! *NI*