Por Carlos Villalobos
En la compleja arena de la diplomacia climática, la COP28, Conferencia de las Partes número 28, que es la reunión anual a nivel internacional donde representantes de diversos países se reúnen para discutir estrategias y acuerdos para abordar el cambio climático, nos dejó con un sabor agridulce.
Si bien se proclamó el deseo de poner fin a la dependencia de los combustibles fósiles, la ausencia de plazos concretos revela una renuencia global a compromisos firmes contra el cambio climático. Es como una relación tóxica en la que, aunque se habla de alejarse, el dejar de lado esto y faltar a la palabra, muestra una falta de verdadero compromiso.
Este año, la COP28 prometía ser más crucial que nunca. La realidad del cambio climático se cierne sobre nosotros como una sombra implacable, subrayada por eventos climáticos extremos, como el devastador huracán Otis en Acapulco. Sin embargo, la contradicción se encuentra en el escenario mismo: Dubái, cuna de la próspera industria petrolera, es el anfitrión, lo que plantea preguntas incómodas sobre la verdadera disposición a renunciar a los combustibles fósiles.
La ciudad del lujo y el exceso alberga las negociaciones que deberían señalar el camino hacia un futuro sostenible. Pero, como en una función de teatro, los actores parecen nada dispuestos a abandonar el escenario de los hidrocarburos, como motor de la economía y nuestras vidas. En una región donde el petróleo es sinónimo de poder y riqueza, la mera mención de reducir su uso se enfrenta a resistencias feroces.
El dilema se revela en las tensiones palpables entre las naciones productoras de petróleo y aquellos que abogan por una “eliminación progresiva” de los combustibles fósiles. Las economías construidas sobre la extracción de crudo y gas resisten cualquier compromiso que amenace su columna vertebral financiera. Las declaraciones de ministros árabes de Energía subrayan que, para ellos, el petróleo seguirá siendo un pilar energético durante décadas.
En medio de estas batallas diplomáticas, la declaración de cierre de la reunión en tierras árabes recomienda no solo desarrollar más la industria de los hidrocarburos sino también invertir en energías renovables, hidrógeno y energía nuclear. Una posición que refleja la tensión entre el pasado y el futuro, entre la necesidad de cambiar y la resistencia arraigada.
El papel de Emiratos Árabes Unidos (EAU) en esta COP28 es intrigante. Si bien el texto habla de una “transición para alejarse de los combustibles fósiles”, la falta de un compromiso explícito para reducir gradualmente el uso de petróleo, gas y carbón suscita dudas. El borrador inicial, sin mencionar el recorte, indica presiones significativas de grandes productores como Arabia Saudita.
En el corazón de este debate está la pregunta de cómo equilibrar las necesidades económicas actuales con la urgencia de preservar el planeta para las generaciones venideras. Las tensiones entre los países desarrollados y los que buscan el desarrollo son evidentes, con compromisos financieros ofrecidos para mitigar las pérdidas y daños sufridos por los más vulnerables.
La COP28, en muchos sentidos, es un reflejo de las complejidades del mundo actual. Las promesas y compromisos se mezclan con las realidades económicas arraigadas. El desafío persiste: ¿se dará un paso significativo hacia un futuro sostenible o continuaremos bailando en la cuerda floja de las palabras vacías y las acciones a medias? Solo el tiempo dirá si esta COP fue un punto de inflexión real o simplemente otro capítulo en la narrativa compleja y a menudo contradictoria de la diplomacia climática, que solo nos acerca al tan aterrador escenario en donde no se cumple el acuerdo de París y sobre pasamos los 1.5 grados centígrados y nos preparamos para una realidad ambiental cada vez más caótica.
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