1ª. Parte
Llegó el día
Era octubre del 2022 cuando el padre José Miguel Martínez Villafuerte en una reunión a la que convocó para organizar una excursión al estado de Puebla con la asistencia de feligreses de capillas diferentes de la parroquia de catedral comentó por primera vez el tema, la posibilidad de ir a Europa “por estos días del próximo año, vayan haciendo sus ahorritos”. Y como dice un dicho popular justo de la religión católica, “que a toda capillita le llega su fiestecita”, llegó el 2 de octubre del 2023 y el viaje comenzó…
Por cuestiones de logística, nos comenta Pepe Rodríguez Dorantes el coorganizador del viaje -al que él no fue, pero que siempre nos estuvo monitoreando desde Tula- en el primer grupo salimos desde la puerta lateral de catedral muy de mañana de lunes los 38 primeros viajeros, a bordo de un bus rentando a la empresa AVM, cuyo conductor al parecer quiso ahorrar tiempo, y para algunos hasta dinero, y durante algunos kilómetros nos condujo por rumbos desconocidos cercanos al llamado circuito mexiquense. Pero llegamos a buena hora a la terminal 1 del AICM. Aquí termina su tarea de Jair, el enviado de Pepe que desde Tula nos ayudó a cargar maletas, igual que en el aeropuerto. Bien y él va de regreso a casa.
A documentar en el mostrador de Air Canadá ya acompañados de Leticia Cuadros, la chica de la operadora en la CDMX que estará a partir de ahora siempre con nosotros. Salimos muy puntuales a las 12.20 del mediodía en el vuelo 990, con destino inicial a Toronto, Canadá, a donde llegamos sin contratiempos cuatro horas después, aunque le ganamos dos horas al día por el cambio de horario.
Es tiempo de espera en suelo canadiense porque la salida al viejo continente está prevista por la misma línea Air Canadá al filo de 22.55hrs. Hay tiempo para irnos conociendo con los compañeros de viaje. Vamos de Xitejé de Zapata, de San Andrés, de la UHP, del Salitre, de Motobatha y de otras partes, pero vamos todos con gusto y emocionados. Para algunos es el primer viaje al extranjero, para otros es apenas uno más, pero todos, contentos.
El pájaro de acero es enorme, para 300 responde un sobrecargo a nuestra pregunta de su capacidad de asientos. Y completamente llenó en afirmación-pregunta; siempre, es su respuesta con un dejo de satisfacción.
Siete horas de vuelo para cruzar el Atlántico y tocar tierra firme ya en el viejo continente, ganando justo también siete horas por el cambio de horario, son las 11 de la mañana del martes 3 de octubre, cuando en México son apenas las 4 de la madrugada. Antes, a la primera hora de vuelo nos dan una cena que a la mayoría nos sabe a gloria. Pasta o pollo para escoger, acompañada de una ensalada y arroz, rebanada queso amarillo y para el postre un pequeño trozo de pan con cara de pastel de chocolate. Todo sabroso y con hambre, más.
Ya casi para llegar a suelo portugués, nos sirven algo a manera de desayuno y listo, sin embargo, a la hora de pasar migración una de nuestras compañeras se da cuenta que ha extraviado su pasaporte. No la dejan salir y Leticia se encarga de atender un problema que no es fácil, pero que después de tal vez una hora el importante documento aparece gracias al personal de limpieza de la línea aérea. Todos cansados, pero el grupo completo y satisfecho llegamos en menos de 20 minutos al hotel Sana Metropolitan.
La indicación es dejar maletas y bajar de inmediato al restaurante porque sólo dan servicio hasta las 3 y ya son casi las 2.30. La mayoría lo hace, pero algunos no, entre los que nos encontramos Griselda y yo, tratamos de justificar nuestro retraso, pero el restaurante ya cerró y lo que nos consiguen es que nos sirvan algo en el bar. Así ocurre y todavía después de nosotros llegan dos parejas más de rezagados. A nosotros no nos cobran porque nos hacen válidos el derecho a la comida que ya no alcanzamos.
Gris y yo salimos a caminar porque es tarde libre de acuerdo con el itinerario. Lo hacemos cerca del hotel. Por msj Pepe nos pregunta qué tan lejos está el centro, checamos y concluimos que no está tanto y allá vamos por el rumbo que nos han indicado y efectivamente cada cuadra que pasamos “huele” más a centro de la ciudad, edificios de todos tamaños, pasos peatonales muy bien señalados, vamos poco al paso, entramos a un enorme parque con áreas verdes muy bien cuidadas, muchos niños en carriolas con su papás y patos, muchos patos, bonito el lugar.
La tarea es llegar al centro o acercarnos los más que podamos y alrededor de los 45 minutos mi compañera de la vida y de viajes me dice que ya se cansó y al preguntar nos dicen que estamos en el parque Eduardo VII junto al enorme monumento del Marqués de Pombal.
Bueno a pensar en el regreso -yo ya no me regreso caminando, la advertencia esperada y antes de tomar un taxi nos sentamos a tomar y comer algo. Ella una limonada y yo una cerveza que la acompañó de una rica sardina en aceite. Son cuatro pescaditos en verdad sabrosos, con ensalada bañada con aceite de olivo extra virgen. ¡Se los recomiendo!
El auto de alquiler nos regresa al hotel en 10-15 minutos por 6.50 euros. Bien.
Por hoy es todo, nos leemos en la siguiente entrega, pero… En Confianza. *NI*