*LOS CHAMBELANES.

Por José Antonio Trejo Rodríguez.

“Voy a cumplir quince años y quiero que seas mi chambelán” me dijo la jovencita, compañera de aulas en la Tollan; sorprendido le respondí negativamente y solo se me ocurrió argumentar con una mentira: “Es que no me dan permiso”. La muchacha no se arredró y reviró: “No te preocupes, mi mamá va a tu casa a pedir permiso”. De inmediato imaginé la probable escena: su mamá platicando con mi papá, pidiendo permiso para que fuera chambelán de mi compañera y la segura respuesta de mi papá: “Señora, con mucho gusto”. Así que ahondé en la mentira para salir del atolladero en el que, solo, me había metido: “No, porque me regañaría”. Dejando sin remordimiento alguno a mi papá en calidad de villano.

Muchos años después, rememorando entre la familia las anécdotas que habíamos vivido, traje a colación la anterior que, nadie en mi familia conocía. Todos nos carcajeamos de buen modo y mi papá, de excelente humor, aseveró que, de haber recibido esa solicitud, su respuesta habría sido positiva para que saliera de chambelán.

“Los invito el próximo sábado a la fiesta de quince años de mi prima, en San Marcos”, nos dijo “el chamaco” buen amigo y compañero de la universidad y agregó que él había puesto el vals y la coreografía; todos sus amigos reímos escépticos de que supiera hacer esas tareas, pero él explicó que, desde adolescente participaba como chambelán y ya había aprendido lo suficiente para brindar sus servicios a las quinceañera que lo requerían y lo más chistoso de todo es que, él mismo participaba como chambelán principal.

Las carcajadas brotaron tan naturales como sonoras, enseguida las burlas y recriminaciones cayeron sobre nuestro amigo: cómo era posible que, estando tan viejo, él tenía unos 22 años, barbón y corpulento, todavía se atreviera a salir como chambelán principal en unos quince años. Las puyas fueron más allá, le decíamos que más que chambelán parecería el papá o el padrino de la festejada. A él nada le hacía mella, durante varios años más siguió poniendo valses y saliendo como chambelán principal, eso sí, bien rasurado para verse juvenil.

Se acercaban los quince años de la nena y todos sus primos fueron convocados para participar como chambelanes; tíos y vecinos cercanos fueron llamados como padrinos. Llegada la fecha ansiada, todos ellos más las amistades se descolgaron a la fiesta, misma que tuvo lugar un viernes por la noche, así que hasta los amigos escolapios de la festejada y de sus hermanas llegaron al tremendo pachangón con cena, baile y tragos.

Todo fluía de maravilla, la comida preparada por las tías de la festejada estuvo de rechupete, hubo quienes hasta plato repitieron; circularon las cubas libres y los espíritus flotaban libres y gozosos. Llegó el momento del vals, el coreógrafo no paraba de presumir sin modestia y recomendar a quien lo escuchara que no se perdieran tan bella obra de arte de su autoría. La celebrada y sus chambelanes se prepararon y formaron para iniciar el tan esperado baile, dirigidos por las imperativas instrucciones del coreógrafo.

Las notas de “Tiempo de vals” resonaban por todo el jardín mientras los bien vestidos chambelanes rendían homenaje a la festejada, se esperaba un final espectacular y así ocurrió. Los presentes aplaudían tan fuerte que, parecían querer fracturarse las manos; enseguida alguna mezcla de piezas tradicionales y modernas, incluida una salsa cerró con broche de oro la actuación y abrió la puerta para el bailongo.

Solo que un par de chambelanes discutían y se acusaban de haberse equivocado, cosa inverosímil para el resto de los invitados pero que, al par de bailarines les parecía la cosa más seria jamás discutida, después de las negociaciones para concluir con la segunda guerra mundial. Total, nada como el ambiente festivo para concluir con tan trascendente discusión y todos tan amigos como siempre. La fiesta, por supuesto, fue memorable. *NI*

Por Nueva Imagen de Hidalgo

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