*ESTAS RUINAS QUE VES.

Por José Antonio Trejo Rodríguez.

Fue el título de una película mexicana de 1979, estelarizada por Pedro Armendáriz Jr.; Fernando Luján; Guillermo Orea; Ariadna Welter; Grace Renat; Blanca Guerra; Víctor Junco, entre otras luminarias del cine mexicano, basada en una novela con el mismo nombre de la autoría de Jorge Ibargüengoitia. Una pared de las céntricas calles de Morelos, casi esquina con 5 de Mayo, en Tula era el sitio en el que el Cine Lindavista promocionaba su programación y allí estaba la imagen a color de la siempre bellísima y talentosa Blanca Guerra, Armendáriz y Luján.

Lo anterior lo recordé al visitar este domingo la zona arqueológica que, en el Tula de los años 70´s, fue conocida como “las ruinas”. Siempre es agradable recorrer el recinto y saludar a amistades que allí desempeñan sus labores como: Agustín “el coyote” Suárez, hombre lleno de sabiduría, que no duda en demostrar su educación y amistad, “ya leí por dónde va a pasar el tren” me dice. También doña Marlene y su esposo, atendiendo gentilmente en su puesto de artesanías y quienes, desde hace más de un cuarto de siglo surten los atlantes de Tula con los que se premia a las y los atletas que resultan vencedores en el tradicional Festival Infantil y Juvenil de Atletismo que se celebrará este 3 de noviembre en Jalpa durante la festividad de San Martín de Porres.

Fue grato volver a visitar el museo Jorge R. Acosta, admirar las piezas exhibidas, aunque son pocas, son maravillosas. Que fortuna de los personajes que fueron retratados durante el rescate de los atlantes y cuyas imágenes gigantes se muestran, con el mismo nivel de importancia que se muestra la foto del arqueólogo que dirigió tan importantes trabajos y cuyo nombre comparte con el museo. Es un gran acierto del curador que, de esa forma dignifica, reconoce y ensalza el esfuerzo de los trabajadores, herederos de quienes hace siglos poblaron y engrandecieron la histórica ciudad.

Pasa del medio día y largas filas de personas caminan hacia y desde la zona de monumentos históricos, demostrando interés en la historia tolteca, chichimeca, mexica; así como en la información sobre la flora y la fauna del lugar plasmada en bonitos posters ubicados a lo largo de los mil metros del andador. Un pequeño can recorre con seguridad la ciudad, se encuentra con otro par de gran tamaño y los tres juguetean en el pastizal, se me ocurre decir que son de profesión “arqueódogos”.

Nuestro destino es la cúspide del templo dedicado a Tlahuizcalpantecutli, la estrella de la mañana. Caemos en la cuenta de que hace un lustro que no acudíamos a saludar los restos de la ciudad dedicada a nuestro príncipe Quetzalcóatl, anotando que en aquella ocasión acompañamos a un grupo de ilustres visitantes de ultramar, acompañados por mi amigo y fiel lector de esta columna, Jimmy Li.

Son testigos de nuestro esfuerzo el cielo nublado y el aire que corre con algo de fuerza, quizá Ehecatl disfrute la llegada de los cientos de visitantes y les reciba pródigamente. Arriba, las colosales figuras están rodeadas por un listón que no puede ser traspasado, reflexiono sobre aquellos días felices en los que se podían tocar. Las visitas se retratan ininterrumpidamente, disfrutan la vista de la ciudad, de la refinería, la coquizadora y la termoeléctrica; el viaducto ferrocarrilero y hasta del arco norte. Enfrente, imponente, la capilla de la Santa Cruz, parece un ave a punto de emprender el vuelo, metros abajo se encuentran los petrograbados de la malinche, con la efigie de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl.

Dentro del parque nacional se yerguen los vestigios de la capilla abierta, sitio en el que se celebraron las primeras ceremonias religiosas en nuestro suelo. Por cierto que, en 1529 llegó a estas tierras Fray Alonso de Rangel, uno de los más ilustres lingüistas de su tiempo; dentro de un lustro se cumplirá medio milenio del histórico hecho y será menester conmemorar.

Intercambiamos comentarios, historias, anécdotas, las más antiguas de hace más de medio siglo; todavía nos damos tiempo para recorrer una parte del palacio quemado, el Coatepantli, la procesión de jaguares y coyotes, el juego de pelota, adquirir un recuerdito y hasta pasar a los sanitarios, antes de regresar a la actual ciudad.

“Las ruinas”, en realidad no lo son, conservan la misma grandeza desde que tengo uso de memoria; siguen despertando en mí la admiración y el orgullo de nuestras raíces y atestiguo gustosamente que, también lo despiertan entre las nuevas generaciones; quizá porque no se requiere mucho esfuerzo para hacerlo, pues no hay tulense al que no se le inflama el pecho de amor por su tierra y las maravillas que alberga, así viva a miles de kilómetros del sitio en el que está enterrado su ombligo. Niéguemelo. NI

Por Nueva Imagen de Hidalgo

Medio de comunicación impreso que nació en 1988 y con el correr de los años se convirtió en un referente en la región de Tula del estado de Hidalgo. Se publica en formato PDF los miércoles y a diario la página web se alimenta con información de política, policíaca, deportes, sociales y toda aquella información de interés para la población.

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