*Alemania y Polonia.
(Cuarta y última parte)
Por José Guadalupe Rodríguez Cruz
Nos comenzamos a regresar
Así es como este lunes terminaron las actividades oficiales digamos, el regreso está programado para pasado mañana miércoles, de manera que mañana tenemos la frase que, en muy común en los tours, “día libre”.
Claro que se trata de no quedarse en hotel por falta de actividades. La ciudad es muy grande como para estar perdiendo el tiempo en el cuarto con el celular o la tele. A buena hora a trotar y al regreso hemos acordado ir a conocer la alberca del hotel. Estamos ya en la piscina alrededor de las 7 de la mañana, y planeamos estar aquí una hora, tiempo ideal para que la señora me demuestre que cuatro meses que lleva de entrenamiento en el club acuático de Iturbe, han sido muy bien aprovechados.
Después del desayuno nos vamos a la calle, con una lluvia que al igual que ayer no arrecia, pero sí moja, abordamos el Big Bus de Berlín que es una de las seis empresas dedicadas a este negocio, son 73 euros por 24 horas, con la salvedad de que alrededor de las 5 de la tarde dejan de dar servicio. No hay más tiempo que perder y abordamos en la parada 13 de las 17 en total. No hay mayor problema porque puedes dar las vueltas que el tiempo te alcance, bajar en donde lo desees y volver a subir en el bus que tarda en llegar 20 minutos aproximadamente.
Bajamos y subimos en una ciudad que renació después de la Segunda Guerra Mundial. Disfrutamos otra vez de la Puerta de Brandeburgo, conocimos el barrio judío, el ayuntamiento rojo de Berlín, las catedrales luterana y católica; disfrutamos del río Spree desde unos de sus múltiples puentes, el reloj de las horas del mundo, la inmensa torre de radio y televisión, el monumento al Holocausto y más y más.
La variedad en comida es igualmente amplia, hoy es la última vez que comemos aquí en este viaje, así es que decidimos irnos a probar la comida hindú. Con las dificultades de siempre, pero pedimos y disfrutamos trozos de cordero en salsa curry cocinadas al estilo tradicional de la India y para ella también cordero en salsa cremosa con almendras de proa, especias orientales con queso y creuqe rallado. Provecho y listos porque mañana emprendemos el regreso DM.
Hasta Tula
Es miércoles 3 de julio y la fecha está marcada para nuestro regreso. La jornada comienza a las 5 de la mañana para estar listo 5.45 en el lobby del hotel, en donde ya nos espera el conductor, es un hombre alto de tal vez de entre 40- 45 años y sin dificultad, a señas nos ponemos de acuerdo, que nos espere unos minutos en lo que hacemos en check out.
La noche anterior habíamos pedido breakfast box para hoy, los pedimos y en bolsa de papel –de esa que ya no se ven en México- nos entregan un sándwich, un juguito en botella de vidrio y una fruta. Todo bien, pregunto al caballero que nos atiende, sí, sólo hay un adeudo de 38 euros, pregunto el motivo y su respuesta no deja de sorprenderme: es un impuesto por visitar Berlín. ¡Ah caray!, por supuesto que no me gustó, pero no vamos a amargar el viaje, ni el día. Pagamos y nos vamos al aeropuerto.
A buena velocidad, por no decir que bastante rápido en casi media hora llegamos al aeropuerto internacional de Berlín, son las 6.30 pero ya hay buen movimiento. No resulta sencillo porque el proceso que viene ya no es con personas, es con las máquinas. Y bueno, a las máquinas no les pueden tratar de explicar a señas el trámite que necesitamos hacer.
Primer paso, presentar su pasaporte a la pantalla, comenzamos con el de Griselda y de inmediato la máquina expulsa los dos pases de abordar; le “puchamos” para decirle que queremos documentar una maleta y como respuesta nos da la cinta para identificarla. Ya colocada la etiqueta caminamos unos pasos para llegar al mostrador –en donde también te debes entender con una máquina y no con personas-, subimos la maleta y en unos instantes nos extiende el comprobante, al tiempo que la maleta comienza a avanzar en la banda respectiva. ¡Ah estos alemanes!
Ahora ingresamos sin contratiempo alguno, personal muy serio pero atento nos da el paso, no sin advertirnos que los juguitos no los podemos pasar. A diferencia de México –que pena escribir esto-, en donde te los recogen y ya sin mayores comentarios, aquí el empleado te invita a que te lo tomes y ya te recoge el envase vacío. Es apenas un cuartito y sin problema.
Estamos listos para la salida marcada a las 9.45 en el vuelo 181 de Lufthansa. Mientras ya notamos que varios pasajeros hablan español, coincidimos con una familia de Teziutlán, Puebla, el papá, dos hijas y una pequeña, su nieta. Mientras yo hago tiempo por los pasillos, al regresar Gris ya está enfrascada en la plática con el paisano. De inmediato escucho que no solamente nos identifica ser mexicanos, sino también nuestro pesar por el actual gobierno. Me dedico a cultivar el café y hoy como nunca el gobierno nos tiene desamparados, nos dice el hombre de pelo lacio y completamente blanco, de tal vez unos 75 años.
A la hora acordada dejamos Berlín en un avión de regular tamaño y en 50 minutos aterrizamos en el enorme aeropuerto de Frankfurt, a buscar la sala respectiva. Es la Z 58, no orienta una atenta dama del personal del aeropuerto. No está tan cerca, pero en 15 minutos ya estamos en el punto indicado. El destino es México y con más razón ya escuchamos y vemos a familias que hablan español y con los rasgos nuestros.
La salida está programada a las 13,35 en el vuelo 498 de la misma línea alemana. Mientras platicamos con una religiosa, procedente de su país Kenia, va para Puebla a un congreso. Su excelente español es consecuencia, nos dice la mujer de piel negra, de que ya estuvo en nuestro país por cuatro años, entonces viviendo en Puebla, conoció León, Campeche y recuerda haber visitado Tulancingo. Antes de que nos llamen para checar nuestro pasaporte le platicamos de la capilla en construcción en La Malinche allá en Tula y hasta le pedimos una foto del recuerdo.
Ya en la fila para el trámite anunciado conversamos ahora con una dama con todos los rasgos de ser mexicana, tal vez de 40 años, nos dice que va por seis semanas a México, llegó por carretera a Frankfurt porque vive desde hace 14 años en Holanda. Va con tres niñas , una grandecita de 12-13 años y dos pequeñas. Conoció a su esposo en el trabajo en la Ciudad de México y se vinieron a vivir a estas tierras lejanas.
La salida se atrasa por motivo que no entendí y el enorme avión de dos pisos con más de 300 pasajeros a bordo levanta el vuelo poco después de las 2.15 de la tarde. Nos advierte el personal que el viaje será de aproximadamente 11 horas y media, y más vale entonces ir cómodo.
No deja de sobresaltarnos el comentario de un sobrecargo en el sentido de que al volar por Miami habrá turbulencia. Justo ahora escribo estas líneas y ya sentimos que está cerca nuestra tierra. La llegada a México estaba anunciada a las 5.45 de la tarde ya con horario de América. Ahora son las 4 de la tarde.
El viaje sin sobresaltos, bien atendidos por el personal de Lufthansa, comida y cena; además algo de beber, incluso un vino si así lo deseamos. Son las 6 de la tarde del miércoles 3 de julio y la enorme nave toca suelo mexicano. Es hora de dar gracias a Dios la oportunidad de conocer otros horizontes más allá de nuestro país. Sorprendidos por el trato de alemanes y polacos, por mientras lo que queremos es saludar a la familia y dormir tranquilamente en nuestro incomparable Tula (fin). *NI*